Hace unos años en Centroamérica trabajé con un grupo de argentinos. Uno de ellos solía llamarme “Shileno”, tal como la barra de River Plate ha gritado a Marcelo Salas y últimamente a Alexis Sánchez. En una ocasión me dijo que ellos, los argentinos, tenían dos independencias, la que habían conquistado para ellos y la que habían conquistado para nosotros. Yo lo ignoraba con una risa y una aceptación como cuando se escucha a un evangélico. Una noche en un bar alabé a Jorge Luis Borges –no porque haya sido argentino sino porque es un extraordinario escritor- y este hombre, que era profundamente peronista, me dijo “se lo cambiamos por el de ustedes, ¿cómo se llama?”. Supose que se refería a Pablo Neruda, pero que no quería mencionarlo, pues, supongo que todo lo chileno le parecía inmencionable. Entonces lo obligué a hacerlo, nombrándole a otros poetas chilenos de cierto vuelo. “¿Vicente Huidobro?, ¿Nicanor Parra?, ¿Gabriela Mistral?, ¿Pablo De Rokha?”. Hasta que por fin largó el nombre que ya sabía y que él juzgaría equivalente y por tanto intercambiable por Borges. “Neruda”, dijo.
El propio Borges sabía cómo humillar a las personas cambiándoles el nombre. Es conocida la anécdota con el escritor mexicano Octavio –Premio Nobel- cuando dutrante una conferencia lo llamó todo el tiempo “Ausgusto Paz”. La rabia de Octavio Paz debe haber sido inmensa, pero no podía corregirlo. En una columna que escribí durante años en The Clinic, bajo el seudónimo de Chupete Aldunate, un señor ultraconservador, usé el mismo recurso. Este personaje podía recitar de memoria los nombres de las personas que consideraba importantes, de buenas familias, de apellidos equivalentes al de él en pedigree, tierras, coraje o sólida moral, pero al resto les cambiaba el nombre. A Gladys Marín la llamaba Inés Marín, por ejemplo.
Digo todo esto porque tengo la sensación de que los comentaristas deportivos hinchan el pecho cuando la barra de River Plate –un error histórico, pues la traducción vendría a ser Río Plato-, le grita “Shileno” a Sánchez. Los periodistas deportivos, especialmente los de televisión entienden bien poco de todo, incluso acerca de la materia a la que dedican su vida, así es que no me sorprende. A ellos debo decirles que detrás de eso hay algo que no puedo descifrar, pero que no es exactamente admiración. A Bambán Zamorano jamás le gritaron “Shileno” en el Bernabeu ni en Italia, ni siquiera los hicieron en México. Salas fue el “Shileno” sólo en Argentina, pero luego fue el “Matadore”. Los argentinos, especialmente con respecto a Chile, sufren una fuerte soberbia, al estilo de los franceses con el resto del mundo, pero los franceses, a juzgar por la voz del mismo Borges, “son los únicos que tienen derecho a ser soberbios”. Algo de razón tiene. Lamentablemente nuestra referencia cultural más cercana es Argentina, pero como siempre ocurre hay más posibilidades de escuchar a los patanes que a los sabios.